Soca / Gran Parada (Trinidad y Tobago
Inaugurado a finales del año pasado con capacidad para albergar a unas 250 personas, un antiguo almacén convertido en refugio en Pacaraima, una polvorienta y dura ciudad fronteriza en medio de la Amazonia brasileña, cuenta ahora con más de 500 indígenas warao venezolanos, y cada día llegan más.Las mujeres cocinan sobre una docena de pequeños fuegos abiertos, mientras los hombres se tumban en hamacas dentro de un edificio contiguo y los niños desnudos con el vientre distendido y la cara sucia corren por el refugio para los warao que han huido de los problemas de Venezuela.
En esta foto del 10 de marzo de 2018, familias indígenas Warao de Venezuela cocinan en un área exterior de un refugio, en Pacaraima, el principal punto de entrada de venezolanos, en el estado brasileño de Roraima.(AP Photo/Eraldo Peres)
“La vida de los warao es todo warao”, dijo Teolinda Moralera, que llegó al refugio hace dos semanas con su marido y sus tres hijos.Las autoridades de Pacaraima dicen que los warao comenzaron a cruzar a la región en 2016, un año completo antes de que decenas de miles de venezolanos no indígenas comenzaran a llegar. Los trabajadores sanitarios se esfuerzan por identificar a los niños con sarampión -uno de ellos murió este mes en el refugio- y por tratar la desnutrición severa y otros muchos problemas médicos. “Todos los venezolanos que llegan aquí están en una situación precaria”, dijo Luis Fernando Peres, uno de los principales voluntarios de la Federación Humanitaria Internacional Fraternidad, uno de los grupos que trabajan en el refugio. “A medida que las autoridades brasileñas se esfuerzan por acoger a decenas de miles de venezolanos desesperados que cruzan la frontera norte del país para escapar del colapso económico y la inestabilidad política de su país, los indígenas warao se convierten en su mayor desafío.A pesar de las dificultades y de un futuro incierto, muchos warao dicen estar contentos de estar en Brasil, llegando a calificar el refugio de “paraíso” en comparación con lo que dejaron atrás.
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En el ancho río Orinoco y su fértil delta compuesto por islas y pantanos, el pueblo Warao habita en chozas de techo de paja sin paredes y construidas sobre pilotes para protegerse de las inundaciones. Estas casas suelen construirse en los terrenos más altos para evitar las inundaciones anuales. A veces, un grupo de casas se construye sobre una sola.
La dieta de los warao es variada y se centra en los productos del delta, sobre todo en el pescado. Hacia el año 1500 habían adquirido una horticultura básica, aunque muchas de las frutas y verduras que consumen a diario proceden de los huertos silvestres del delta. En julio y agosto, los Warao se dan un festín de cangrejos
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El Estado de Roraima ha registrado el mayor número de venezolanos que han entrado en Brasil recientemente. Según el Gobierno brasileño, hasta abril más de 40.000 venezolanos han solicitado la regularización de su situación migratoria en el país.
Con casi 80 años, Pillar Paredes era el participante de mayor edad entre los dos grupos y nunca había hecho un vídeo. Filmó un segmento en el que presentaba una danza típica de los waraos. Durante la proyección del vídeo, estaba sentada junto a su nieta, que se rió cuando Pillar apareció en la gran pantalla cantando y bailando. ¿Su reacción después de ver el vídeo? “He decidido que voy a enseñar a los niños de aquí nuestros bailes tradicionales”.
HATAGUDA niña DEMSSA KUNDULI
Las pequeñas comunidades de la región costera central de Venezuela tienen una forma especial de celebrar la fiesta del Corpus Christi, una festividad católica anual que conmemora la presencia de Cristo en el Sacramento. Grupos de adultos, jóvenes y niños disfrazados de diablos enmascarados bailan hacia atrás en señal de penitencia mientras un oficial de la Iglesia Católica lleva el Santísimo Sacramento. Los instrumentos de cuerda y percusión proporcionan el acompañamiento musical y los fieles llevan maracas para ahuyentar a los malos espíritus. En el momento culminante de la celebración, los demonios se rinden al Sacramento, simbolizando el triunfo del bien sobre el mal. Los danzantes o promeseros son miembros vitalicios de una cofradía que transmiten la memoria histórica y las tradiciones ancestrales. Cada cofradía confecciona sus propias máscaras de diablo, que se llevan con cruces, escapularios y hojas de palma bendecidas. Los danzantes también utilizan cascabeles, pañuelos y tiras de cinta como protección contra los malos espíritus. Las mujeres supervisan la preparación espiritual de los niños, organizan las etapas del ritual, preparan la comida, proporcionan apoyo a las danzas y levantan altares a lo largo del recorrido de la procesión; en los últimos años, algunas comunidades han empezado a acogerlas como bailarinas. La práctica está impregnada de creatividad, organización y fe, y promueve un fuerte sentido de identidad comunitaria y cultural.