Fariseos y saduceos
El cuadro del siglo XVII Cristo crucificado de Diego Velázquez, conservado en el Museo del Prado de Madrid. Según los evangelios canónicos, Jesús fue detenido y juzgado por el Sanedrín, y luego condenado por Poncio Pilato a ser azotado, y finalmente crucificado por los romanos por cometer blasfemia y sedición[1][2][3].
Las críticas a Jesús existen desde el siglo I. Jesús fue criticado por los fariseos y los escribas por desobedecer la ley mosaica. En el judaísmo se le tachó de pretendiente fallido a mesías y de falso profeta por la mayoría de las denominaciones judías. El judaísmo también considera la adoración de cualquier persona una forma de idolatría,[4][5] y rechaza la afirmación de que Jesús era divino. Algunos psiquiatras, eruditos religiosos y escritores explican que la familia de Jesús, sus seguidores (Juan 7:20) y sus contemporáneos lo consideraban seriamente como un delirante, poseído por demonios o demente[6][7][8][9][10].
Entre los primeros críticos de Jesús y del cristianismo se encuentran Celso, en el siglo II, y Porfirio, en el siglo III[11][12]. En el siglo XIX, Friedrich Nietzsche fue muy crítico con Jesús, cuyas enseñanzas consideraba “antinatura” en su tratamiento de temas como la sexualidad. Entre los críticos contemporáneos más notables de Jesús se encuentran Ayn Rand, Héctor Ávalos, Sita Ram Goel, Christopher Hitchens, Bertrand Russell y Dayananda Saraswati.
¿Han seguido los fariseos a Jesús?
Jesús y los discípulos llegaron a la aldea de Betania y Betfagé, enclavada en la ladera oriental del Monte de los Olivos, a pocos kilómetros de Jerusalén. Jesús se quedó en Betania durante las noches de esa última semana, entrando en Jerusalén durante el día.
Jesús y los discípulos llegaron a la aldea de Betania y Betfagé, situada en la ladera oriental del Monte de los Olivos, a pocos kilómetros de Jerusalén. Jesús se quedó en Betania durante las noches de esa última semana, entrando en Jerusalén durante el día.
Sin embargo, Jesús era muy conocido. Todos los que venían a Jerusalén para la fiesta de la Pascua habían oído hablar de Él y, durante un tiempo, el ambiente popular se inclinó hacia Él. Por eso, se alinearon en su entrada triunfal a Jerusalén, agitando ramas de palma y arrojando sus mantos delante del pollino, cuando éste pasaba ante ellos. “Viva el Rey” era el significado de sus gritos de alegría, porque sabían que Jesús estaba cumpliendo intencionadamente la profecía de Zacarías 9:9: “He aquí que vuestro Rey viene a vosotros; es justo y tiene salvación, es humilde y va montado en un asno, un pollino, el potro de un asno”. Para anunciar que era, en efecto, el Mesías, Jesús eligió un momento en el que todo Israel estaba reunido en Jerusalén, un lugar en el que podían verle grandes multitudes y una forma de proclamar su misión que era inconfundible. El pueblo enloqueció. Estaban seguros de que su liberación estaba cerca.
Cómo curó Jesús al paralítico
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En el sexto capítulo del Evangelio de Marcos se relata una visita de Jesús a su pueblo natal junto con sus seguidores. El sábado, entra en una sinagoga y comienza a enseñar. El relato dice que muchos de los que le escucharon se quedaron ‘asombrados’, y ofendidos, y le preguntaron “¿no es éste el carpintero, el hijo de María?”. Añade que allí no pudo hacer “obras de poder”, salvo curar a algunos enfermos. Asombrado por la falta de creencia de la comunidad en él, Jesús observa que “los profetas no carecen de honor, sino en su pueblo, entre sus parientes y en su propia casa.” (Marcos 6:1-6)
Los fariseos de hoy
Los seres humanos tienen una tendencia natural a ignorar u olvidar los datos que entran en conflicto con nuestra visión del mundo actual. Lamentablemente, esta inclinación dificulta la comprensión de la Biblia de forma diferente a como se nos ha enseñado en el pasado.
Por ejemplo, el concepto de que todos los fariseos son malos está tan arraigado que la gente suele ignorar o desestimar por completo los pasajes que presentan a los fariseos de forma positiva. Los Evangelios ofrecen descripciones tanto positivas como negativas de los fariseos. También suponen un entorno cultural que estimaba a los fariseos, y este hecho debería mitigar y contextualizar las críticas vertidas contra ellos. Sin ese contexto cultural, y con una construcción teológica que desvaloriza el judaísmo tradicional, algunas personas pasan por alto lo que está a la vista.
Todo el mundo recuerda los pasajes en los que ciertos fariseos traman cómo “destruir” a Yeshua (Mateo 12:14; Marcos 3:6). Es plausible que esta figura retórica signifique literalmente matarlo, pero hay algunas razones para verlo como un ataque retórico, no físico. Los Evangelios utilizan sistemáticamente el eufemismo “destruir” cuando se refieren al plan de los fariseos, pero cuando hablan de los sacerdotes y los saduceos, dicen abiertamente que buscaban “matarlo” (Mateo 26:3-4, 59; 27:1; Marcos 14:1).